miércoles, 3 de junio de 2020

Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?

LOS gobiernos sostienen que los impuestos son un mal necesario, “el precio de una sociedad civilizada”. Seamos o no de la misma opinión, es innegable que dicho precio por lo general es elevado.

Los impuestos pueden dividirse en dos categorías: directos e indirectos. Entre los directos figuran los que recaen sobre los beneficios empresariales, los bienes inmuebles y la renta. Este último es probablemente uno de los más impopulares, sobre todo en países donde su cálculo es progresivo, es decir, a mayores ingresos, mayor gravamen. Sus críticos afirman que este sistema penaliza la dedicación y el éxito laborales. Entre los impuestos indirectos hallamos los aranceles aduaneros y los que gravan el consumo, por ejemplo, de licor o de tabaco. Aunque estos son menos obvios que los directos, representan una gran carga económica, sobre todo para el sector pobre de la población.

 Hay que admitir que los gobiernos hacen grandes desembolsos económicos a fin de suministrar y mantener los servicios necesarios.  Los impuestos se utilizan para costear  sueldos y proporcionar carreteras, escuelas, hospitales y servicios postales y de recolección de basura.

Los impuestos también sirven de estrategia para desincentivar determinadas conductas. Por ejemplo, se supone que las tasas sobre las bebidas alcohólicas reducen su consumo excesivo, razón por la cual en muchos países hasta el 35% del precio de venta al público de la cerveza va a parar al Estado. El tabaco también está sujeto a un fuerte gravamen.

El público en general reconoce que los impuestos son necesarios y no objeta al pago que le corresponde. No obstante, las famosas palabras atribuidas a Tiberio César parecen ciertas: “El buen pastor esquila al rebaño, no lo despelleja”.